Afortunadamente, cada día somos más conscientes del valor de la salud y, de hecho, tratamos de prevenir la enfermedad cuidando, por ejemplo, la calidad de los alimentos que forman parte de nuestra dieta, haciendo algún tipo de ejercicio… E indudablemente, ambos son factores fundamentales que inciden directamente sobre nuestro estado físico… pero ¡no los únicos!
Hay algunos otros a tener en cuenta, algunos de los que nos han hablado bastante menos. Y uno de ellos, tan importante o más que los anteriores, es la energía – ese gran desconocido… Y es que, aunque aún nos suene raro o esotérico, los seres vivos somos emisores y receptores de energía, y esto es un hecho demostrado científicamente. Una energía que aunque siempre será algo intangible, la tecnología actual ya ofrece dispositivos y softwares capaces de medirla e incluso visualizarla. Fascinante, ¿verdad?
A día de hoy, sabemos con absoluta certeza que las células de un adulto sano tienen un voltaje (unidad de medida energética) entre -20 y -25mV. Que la creación de nuevas células (para procesos de regeneración, cicatrización, sanación…) requiere un voltaje superior, en torno a los -50mV; que en un enfermo crónico el voltaje baja a los -10mV; y en un enfermo de cáncer cambia incluso la polaridad y puede estar alrededor de los +30mV. Esto, por lo pronto, nos está diciendo que la medición de nuestro nivel de energía nos sirve para calibrar de una forma casi inmediata nuestro estado de salud.
El proceso en nuestro organismo es el siguiente: al bajar el voltaje, desciende el nivel de oxígeno (ocurre igual en el agua que es, por cierto un 70% de lo que somos). Al faltar oxígeno la producción de ATP (las moléculas de energía fabricadas a nivel bioquímico) se reduce considerablemente, con lo que las células no pueden hacer su trabajo: ni asimilar los nutrientes que les suministremos, ni eliminar los productos de desecho.
Este es el motivo por el que muchas veces tratamientos alopáticos, suplementos o hasta los alimentos más recomendables no tienen los efectos esperados: serán, con toda seguridad, los más adecuados, pero no vamos a obtener resultados si no llegan a ser absorbidos por las células (precisamente por falta de voltaje). Además, un entorno como este tenderá a la acidificación y será un campo de cultivo para que microorganismos patógenos (muchas veces habitantes latentes de nuestro cuerpo) “despierten” y quieran alimentarse… a nuestra costa, secretando enzimas tóxicas que entran en nuestro torrente sanguíneo con las consecuencias nefastas que todos conocemos…
Por ello, antes de llegar a desarrollar una patología, ante la que sería muy aconsejable un tratamiento terapéutico energético (paralelamente al alopático si queremos optimizar resultados), si hay muchos sencillos gestos cotidianos que podemos hacer en nuestro día a día para mantener nuestro nivel de energía en un nivel óptimo:
- Dieta variada y equilibrada. Evitar alimentos procesados, grasas trans.
- Eliminar tabaco, alcohol, café y té negro.
- Consumir agua alcalinizada.
- Ducharse en vez de bañarse.
- Nadar en el mar mejor que en la piscina.
- Tomar el sol (sin excesos).
- Hacer ejercicio.
- Caminar descalzo, mejor por la tierra, el campo, la playa…
- Evitar ventiladores, secadores de pelo.
- Apagar los wifi por las noches.
Porque es fundamental que entendamos que a priori la salud es algo que depende de nosotros mismos.
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